Hacía 365 días que Marta había cumplido su sueño. Se sentía una mujer superior, con poder y
energía. Su felicidad era tan inmensa, que cualquier pensamiento egoísta quedaba
perdonado. Preparó café para dos. Cogió su taza y dejó la otra enfrente de
ella, en el sitio vacío. El aroma a café le inundaba la cabeza de recuerdos. De
los días aquellos, dónde su carrera colgaba de un hilo y dependía de sus seguidores.
Hacía 365 días que tachó el último quehacer de su lista y rompía el papel en
pedazos para crear una nueva realidad, la cual podía soñar, para más tarde
representarla. Entre sus manos, el tacto caliente de la cerámica hizo que
regresara al presente. Tenía lágrimas en los ojos, y es que desprenderse de
todo aquello en lo que había creído fue más difícil de lo que Marta había
pensado. No recordaba cuando fue la última vez que lloró de verdad. Quizás 365
días atrás. Con la muerte de Jaime. Acabó de desayunar y salió a la calle. El
mundo anunciaba la llegada de la primavera, la luz inundaba el cielo de color y
por una extraña razón, Marta se sentía más libre que nunca. Cogió la vieja bicicleta
y se marchó por el camino largo, hasta el lago. Durante el trayecto dejó miles
de sonrisas a su paso, a la gente, a los niños, a las flores, al cielo, a él.
Cuando Marta era una niña veraneaba en un pequeño
pueblo apartado de la ciudad rodeado de un gran rio. Le gustaba cómo el aire
fresco de la montaña la envolvía mientras paseaba con su bicicleta nueva. Todas
las tardes pedaleaba tanto, que el calor le nublaba la vista y le hacía parar
cerca de la fuente o el río. Pero una tarde fue diferente. Cuando quiso dar
marcha atrás se encontró dentro de un largo camino de tierra, y más allá, un pequeño lago. Aparcó la
bicicleta y deslizó su mano en el agua fresca. Al incorporarse vio una larga
silueta de un muchacho que la miraba. Nadie sabe qué pasó aquella tarde, solo
que desde ese momento, no dejó de visitar aquel lugar. La suerte no acompañó a
la niña y cuando terminó el verano fue la última vez que vio al muchacho, hasta
hacía 365 días.
Ahora que habían pasado muchos años de aquello, Marta
se dio cuenta de cómo actos tan insignificantes
pueden salvarte la vida. Cómo encontrarse una nota vacía junto al lago podía
ser tan determinante. Jaime le dijo una vez que debía escribir una lista con
los sueños que tenia por cumplir. “Pero solo se pueden escribir cuando tengas
el alma perdida”, le repetía. “Entonces, solo entonces, podrás ir hacía ellos. Serán
tus guías. Y cuando tache el último de ellos, te esperaré en el lago. Como
prometimos.” Pero el mundo se le echó encima a Marta, la lista quedó enterrada,
como Jaime, y solo volvió a la vida cuando supo que su alma estaba conectada a
la de él, que sus listas solo eran una y que el último deseo de ambos era estar
el uno con el otro.
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